La Esperanza
El 29 de Enero del 2024
"Incertidumbre quiere decir que las cosas pueden ser diferentes de lo que parecen. Esta toma de conciencia aporta esperanza en épocas difíciles, y en las buenas, puede dar lugar a la gratitud."
Lisa Feldman Barrett
En medio de la incertidumbre y las adversidades, la esperanza emerge como fuerza vital, como chispa que enciende la llama del valor y la perseverancia. Este sentimiento, arraigado en la naturaleza humana y acrecentado por la cultura, actúa como un bálsamo que alivia las heridas y nos impulsa a seguir adelante, incluso cuando los vientos de la desesperación nos amenazan. No es simplemente un estado mental pasajero, sino un pilar fundamental que sustenta nuestra existencia. Es necesaria sobre todo en las circunstancias más oscuras, cuando las sombras de la duda y el miedo mal manejado amenazan con paralizarnos. En esos momentos de vulnerabilidad es cuando la esperanza se convierte en un puente que nos conecta con un futuro mejor. Nos recuerda, en medio de la tormenta, que el sol brillará de nuevo.
La esperanza se manifiesta de diversas formas: como un susurro suave que acaricia nuestra conciencia, como un destello de luz que atraviesa la oscuridad, o como un latido constante en nuestro interior que nos impulsa a seguir adelante. Su presencia puede ser sutil, pero su impacto es profundo. Nos brinda la capacidad de imaginar un mañana más luminoso, de visualizar metas y sueños que nos dan la fuerza para superar los desafíos cotidianos.
En el corazón de la esperanza yace la creencia en la posibilidad de cambio y renovación. Es un testimonio de fe en nuestra capacidad para transformar situaciones adversas, para aprender de las experiencias dolorosas y crecer a través de ellas. Nos invita a mantener la confianza en nosotros mismos y en los demás, incluso cuando la realidad nos confronta con la crueldad y la injusticia.
Sin embargo, la esperanza no es una panacea que borra automáticamente las cicatrices del pasado o elimina los obstáculos del presente. Requiere acción, compromiso y valentía. Es un llamado a la responsabilidad personal y colectiva, a ser arquitectos de nuestro propio destino. No niega la existencia del sufrimiento, sino que nos desafía a encontrar significado y propósito incluso en medio de las peores circunstancias.
En la sociedad contemporánea, marcada por la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y las situaciones ambiguas, la esperanza emerge como un antídoto contra la desesperación o el desánimo. En un mundo interconectado, donde los desafíos globales exigen soluciones colaborativas, la esperanza se convierte en el poderoso imán que nos une para crear, entre todas y todos, un mundo más seguro y sostenible. No es solo un sentimiento individual, sino un patrimonio cultural de la humanidad, un motor que impulsa el cambio social y la construcción de una realidad más compasiva y justa.
LA ESPERANZA BIEN PENSADA
En su invaluable obra “Ensayos”, Michel de Montaigne, el ilustre ensayista francés
que utilizó la escritura como una conversación consigo mismo para entenderse y mejorarse, abordó la cuestión de la esperanza con una perspectiva única y reflexiva. A través de sus escritos exploró de manera indirecta, entre líneas, no solo la naturaleza de la esperanza, sino también su impacto en la experiencia humana, sus límites y su relación con la realidad. Reconocía su importancia, pero al mismo tiempo expresaba cautela respecto a sus efectos potenciales: si bien puede proporcionar consuelo e inspiración, también puede cegar a las personas ante la realidad y conducirlas a la decepción.
Para Montaigne, la esperanza estaba intrínsecamente relacionada con la aceptación de la incertidumbre. Reconocía la fragilidad de la existencia humana y entendía que las actitudes relacionadas con la esperanza podían surgir como una respuesta natural ante la ansiedad y la falta de control sobre el futuro. Sin embargo, nos advertía contra la tendencia al autoengaño como refugio ante la inevitabilidad de la vida, invitándonos a la aceptación de la realidad tal como es.
Por tal motivo, Montaigne destacaba la prudencia como virtud indispensable. Para él, la esperanza debía estar equilibrada con un discernimiento cauto y una evaluación realista de las circunstancias. Abogaba por una actitud esperanzadora que no fuera ciega, sino que estuviera respaldada por la razón y la sabiduría.
LA ESERANZA DEFINIDA Y SEGMENTADA POR LA PSICOLOGÍA
Desde una perspectiva psicológica, la esperanza se entiende como una creación humana: una expansión cultural del impulso instintivo para anticipar el futuro hacia el que se extiende nuestra vida. Se va construyendo con narrativas optimistas, la formulación de metas, la elaboración de planes (Miller, Galanter, Pribram) y las expectativas de eficacia y de resultados (Bandura, Heckhausen, Peterson).
La psicología ha demostrado que la capacidad de establecer metas concretas y significativas está estrechamente vinculada con la esperanza. Cuando las personas visualizan un futuro en el que pueden alcanzar sus objetivos, la esperanza se crea y se convierte en la fuerza que impulsa su compromiso y persistencia. Los estudios psicológicos sugieren que la esperanza proporciona el impulso emocional necesario para superar obstáculos y resistir las tentaciones que podrían desviarnos del camino trazado hacia la consecución de nuestros objetivos.
En el proceso de materializar metas, los planes adquieren un papel central. La elaboración de Planes de Acción específicos y alcanzables se convierte en el puente que conecta la visión de un futuro esperanzador con la realidad del presente. La esperanza, en este contexto, opera como un motor que impulsa la creación y ejecución de planes estratégicos. Investigaciones psicológicas indican que la esperanza no solo aumenta la probabilidad de formular planes concretos, sino que también mejora la capacidad de adaptarse y ajustar estos planes cuando surgen desafíos inesperados. En este sentido, la esperanza es al mismo tiempo instrumento, insumo y producto: nos impulsa para alcanzar logros específicos, pero se construye con la simple intención de imaginarlos, y de trazar estrategias para hacerlos realidad.
Las expectativas de eficacia y de resultados juegan un papel crucial en la dinámica de la esperanza (Snyder, 1994). La creencia en la propia capacidad para llevar a cabo acciones específicas y la confianza en que esos esfuerzos conducirán a resultados positivos son componentes esenciales para generarla. La esperanza florece cuando las personas tienen una percepción realista de sus habilidades y confían en que sus acciones marcarán la diferencia. La relación bidireccional entre la esperanza y las expectativas de eficacia crea un ciclo virtuoso: la esperanza fortalece la creencia en la propia capacidad, y esta confianza alimenta a su vez una esperanza más robusta.
Sin embargo, es importante reconocer que la esperanza, aunque motivadora, no garantiza el éxito inmediato ni la ausencia de obstáculos. La psicología también ha explorado los fenómenos de la resiliencia y la adaptabilidad, mostrando cómo las personas pueden mantener su motivación y enfrentar la adversidad con una mentalidad optimista y proactiva, incluso cuando los resultados deseados parecen distantes (Mikulincer, 1988). Somos más competentes para fortalecer nuestra esperanza, en caso de que se debilite, cuando nos sentimos hábiles para aprender lo que tengamos que aprender ante el reto en cuestión, para aprender de nuestros errores y desde nuestras limitaciones, dispuestos a enfrentar cualquier desafío, confiando en nuestra creatividad innata. En otras palabras, es más fácil construir esperanza si nos consideramos buenos aprendices: capaces de saber qué hacer cuando no sepamos qué hacer.
HABITAMOS LOS CUENTOS QUE CONTAMOS
La esperanza se construye también con historias. El estudio extenso y profundo del pensamiento narrativo (White, 1987; Egan, 1997) y sus implicaciones para la construcción de la realidad social que habitamos nos muestra que, las historias que nos contamos y que vivimos en carne propia, determinan nuestra manera de sentir y de actuar (Feldman Barrett, 2019). Si tuvimos la fortuna de crecer en ambientes familiares y sociales, en los que se acostumbra a narrar la vida como una aventura interesante, divertida y feliz a pesar de las adversidades, percibiremos los pequeños o grandes problemas como oportunidades para vivir plenamente y aprender. Si, por el contrario, crecimos en ambientes acostumbrados a narrar la vida como una tragedia interminable, y nos pasamos la vida quejándonos y reclamando en lugar de aprender y trabajar con entusiasmo y alegría, seremos más propensos a la desesperanza y la desesperación.
Para tomar las riendas de nuestra vida, ser dueños de nuestro destino y capaces de crear nuestras propias circunstancias, cultivemos una narrativa esperanzadora basada en nuestra capacidad de aprender, de colaborar con los demás y de disfrutar el esfuerzo requerido para construir, entre todas y todos, un mundo mejor.
EN SÍNTESIS
Desde la perspectiva de los estudios psicológicos sobre el pensamiento narrativo, el planteamiento de metas y planes, y la generación de expectativas de eficacia y de resultados, la esperanza emerge como un componente vital en la arquitectura mental que impulsa la acción humana. Al entrelazar nuestra visión de un futuro esperanzador con metas claras, planes estratégicos y expectativas audaces y realistas, la esperanza no solo enriquece nuestras vidas a nivel emocional, sino que también se erige como un catalizador fundamental para la consecución de nuestros anhelos más profundos. En este complejo tejido psicológico, la esperanza se revela como una fuerza transformadora que impulsa el motor interno de la acción y nos guía hacia la realización de nuestros sueños y aspiraciones.
“La esperanza muere al último” dice el refrán, pero si se agotara, ahora sabemos cómo renovarla. Soñemos y trabajemos juntos para que emerja LiBiUn con todo su poder transformador.
Camilo Sabag en colaboración con Chat GPT